Apelando al voyeurismo que muchas personas detentan, pero que pocos reconocen, los realities desembarcaron en la televisión chilena, atrapando a sus consumidores. El interés que despierta el observar el comportamiento de las personas ante una situación dada hace que la industria televisiva explore este género, una y otra vez, instalando a sus mejores profesionales en pos del anhelado rating. Bien sabemos que en este empeño los personajes se construyen, existiendo una suerte de guión que persigue captar el interés del telespectador.
En el ex canal del angelito, la conquista alambicada de hombres de 40 y muchachos de 20 por ganar el corazón de una mujer, en sus inicios no lograba encantar al público y la debilidad de la entonces “princesa”, le auguraba un fracaso total. Síntoma de ello fue que uno de los galanes le manifestara a la chica es cuestión que, en realidad, no le interesaba a nadie. Fue el principio del fin de ella y también de la reestructuración del dating show, cuyos realizadores salieron a la caza de una nueva princesa a conquistar, no sin mediar una calculada fashion emergency.
Pero detengámonos en este punto. Invisible tras personalidades, aparentemente más atractivas, mezclado entre tipos comunes, cancheros o definitivamente chulos, se encontraba el galán aquél, que con una franqueza suicida, lanzó aquella verdad a la cara de la joven, remeciendo las bases mismas del programa. ¿Quién era él? Uri Uri Pakomio Riquelme.
Este chico rapa nui de 24 años, de espíritu libre e indómito, pudo haber sido el resultado de un acertado casting, o derechamente un descubrimiento hecho en el camino. Lo cierto es que, salido del capullo de los primeros capítulos, emergió potente, con insolencia avasalladora, convirtiéndose indefectiblemente en el ingrediente infaltable de cada capítulo. Su ausencia, sin duda, le restaba sentido al programa.
Había que seguir entonces, descubriendo a este provocador entre sus pares. ¡Qué personalidad más atractiva! Se bastaba a sí mismo dentro de la fauna que bullía dentro de la Casa de 40 ó 20.
Sus compañeros de reality lo detestaban y en un afán de supervivencia, lo castigaban, marginándolo de la competencia por citas, no vislumbrando que con ello provocaban el efecto contrario.
Llegaron a cuestionar su presencia dentro del programa, no alcanzándoles el raciocinio para darse cuenta que era Uri Uri el que sustentaba sus propios protagonismos. Menos podían imaginar, que ese ser libre, ahora enjaulado y maniatado, se las ingeniaba igual para llegar a la chica, poniendo en práctica sus dotes innatas de conquistador, de una manera tan espectacular, como ninguno de ellos lo logró.
Un muchacho que, por cultura, formación o simplemente por su naturaleza, “no pelea por mujer”, se encontraba en un juego, donde precisamente era lo que debía hacer; a todas luces conformaba la mejor historia que 40 ó 20 podía contar.
La personalidad que Uri Uri nos dejaba ver hacía imposible que en el plano de la seducción enamorara a la chica con melosos versos, con incómodos acosos, con miraditas mamonas o con irreverencia francamente ordinaria. Entonces ¡cómo lo hizo! Nada más y nada menos, que con el mágico encanto de su sonrisa, con su respetuosa reserva que intranquilizaba a sus ya miles de fans, con su sensualidad que atrapaba miradas a la hora de dejarla fluir por su cuerpo y con la evidente sexualidad que flotaba en el ambiente en cada una de sus citas.
Como telespectadora, tras los pasos de esta historia, concluí que, a diferencia de los demás galanes, para Uri Uri la distancia física era su bandera. ¡Qué tarea tan difícil! y ¡qué tarea tan bien lograda! Seducir sólo con la mirada, sin besos, sin abrazos, sin contacto físico y casi sin palabras, apostando al consenso en el amor y donde la confianza se erguía como el eje fundamental de la incipiente relación.
En este proceso, Uri Uri Pakomio, necesariamente debía dejar caer sus defensas y entregarse al juego. De nuevo la pregunta, ¿estaría dispuesto a hacerlo? Un tipo tan reservado, tan celoso de su intimidad, tan infranqueable en su vulnerabilidad. Es así como fuimos testigos del desplome de sus barreras, que lo llevó a exponer su historia, sus raíces, su entorno familiar. Su pasado, su presente y su futuro.
Me asiste la convicción que Uri Uri, en algún momento del viaje a Isla de Pascua, ya sabía que no sería el elegido. Tal vez por boca de la propia chica, tal vez por el lenguaje no verbal que fue transmitido por una flor prendida en el lado derecho del cabello de ella que indicaba que ya tenía dueño. Sin embargo, siguió en el juego de manera magistral, tal vez con la íntima esperanza que la chica reconsiderara su decisión.
Lo cierto es que la “princesa” a conquistar no lo alzó al primer lugar. ¿Las razones? Pueden ser muchas. Entre ellas puede estar el debilitamiento de esta figura magnética, socavada por sus propios compañeros de encierro, que transmitían a la chica con evidente maledicencia, prescindiendo de sus propias fortalezas, la que para ellos era su "conveniente verdad", en una suerte de alianza por derribar al que ya sabían el más fuerte. También se puede considerar el hecho que el programa, en su afán de rating, privilegiara para la final a los galanes argentinos, asegurándose una bajada de telón acorde a los tiempos, lo más hot posible, situación que suponían que con Uri Uri no tendrían. O también, dándole crédito a la chica, puede ser un reconocimiento a la hidalguía, dignidad y nobleza con la que fue cortejada por el galán rapa nui, liberándolo del bochorno de estar en la final, como segundo con el corazón en la mano o como primero, consiguiendo una victoria pírrica, obligado a sostener una “relación” por contrato, o para los medios, durante un tiempo determinado.
La pregunta que flota en el aire entonces es: ¿se enamoró realmente Uri Uri? Es algo difícil de responder, porque esa es una verdad que no nos pertenece, que sólo él conoce y que probablemente no develará. Sin duda sus defensas se volvieron a levantar con el término del programa
Por todo lo dicho, sin duda alguna el ganador de este reality es Uri Uri Pakomio, quién logró contar la historia más atractiva, más llena de sentimientos humanos y terrenales, que tuvo todos los ingredientes, necesarios y posibles. Donde la traición queda enredada entre el mercadeo de personas en pos del rating y la injusta marginación por parte de la producción, que no supo reconocerle el gran mérito de levantar el programa. Donde la figura del hombre chileno se vio ensalzada, elevándola a la categoría del luchador solitario, que puesto en una situación extrema y tan a contracorriente, fue capaz de atrapar el interés de la teleaudiencia, con evidente pasión y con sensual naturaleza.